Blog del Axolotl y otros animales.

Pesona.

Que malo era él para escribir en primera persona (también en tercera, en cuarta, y en quinta y media), decidió irse por este camino, el de la persona tercera.

La persona tercera se preocupaba por escribir pero no podía, pasaba horas atontado, viendo como otros lo hacían, el yo, el tú, el él, nosotros también, vosotros lo hacéis, él se quedaba con sus ojos colgados viendo a todos, sin poder mover al menos tres de sus dedos para agarrar un lápiz y comenzar a escribir.

¿Por qué las palabras resistían a su encanto trasnochador?, se preguntaba incesante en medio de acalorados baños de vapor en su casa,- es una lástima-, en su pequeño baño blanco con muebles de madera bamboleantes y por el viento que entra a través de la ventana que abre para refrescarse un poco. Tiene en el baño un espejo con mística puerta, de aquellos que esconden un poco de oxido y pelos junto con algunos artículos inútiles, tiene también un mueblecito, el que más se movía con el viento, básicamente una caja de tres pisos, patas blandongas de tinte afrancesado, tres cajones en los que guarda algunos escritos y calzoncillos, sobre su verde superficie veteada, un manual de escritura en castellano y una foto de la persona tercera en su edad adolescente.

A veces cuando termina de bañarse, por fin tiene el coraje de agarrar el lápiz que se humedece un poco por las manos ablandadas y blancas que resultan de todo el vapor, el juego consiste en dibujar la silueta de las palabras que él alcanza a ver mientras ellas corren a posarse en las hojas desnudas de las otras personas, con la parte final y más útil del ojo, la persona tercera captura su ruidosa huida para dibujarlas en su propio papel, porque ellas no se dejan, se esconden pavorosas cuando sienten los pasos de la persona tercera, aprovechan para evaporarse ágilmente con los restos del vapor, hay otras se diluyen con las gotas que chorrean del lápiz ya humedecido.

El viento sigue entrando porque él olvido como siempre cerrar la ventana del baño, no sólo se detiene a danzar con el mueble y el espejo, sino que también pasa hacia la sala dónde el suele sentarse a escribir, más bien, a cazar las más desprevenidas palabras, el viento acaricia su espalda hasta llegar a la parte más huesuda, y juega ahí un rato. Posterior a la caza, agarra el mojado papel para guardarlo en el mueble del baño, junto con los calzoncillos y otros menesteres, también aprovecha para agarrar un calzoncillo, el blanco, se lo pone impúdicamente en medio de sus escritos, camina nuevamente hasta la sala en donde se da cuenta finalmente que se ha acabado todo el papel.

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